Pahuatlán, postal dominical

*Cada domingo el olor a café inunda la zona y docenas de puestos de carne, frutas y verduras se extienden en el lugar; las historias de los abuelos cobran vida

Carolina Miranda

Pahuatlán, Pue.- Pedazos de res colgando entre la longaniza y el aplanar constante del carnicero, así como gallos y guajolotes entre decenas de puestos de la plaza principal, son la postal dominical del tianguis de Pahuatlán, un municipio enclavado en la Sierra Norte de Puebla.

Los domingos son días de fiesta, de descanso y de despensa, los comerciantes extienden sus productos en lonas y carpas; el olor a café recién molido se respira en el aire, el sonido de las máquinas que trituran los granos se mezcla con la música regional que suena en las bocinas, entre las risas de los niños que juegan y se comunican en la lengua madre.

Plátanos, jícamas, mandarinas y limones enormes y jugosos se venden por doquier, es la cosecha de varios meses de lluvias y de esfuerzo de los pobladores. Algunos de ellos van a vender sus productos desde regiones más retiradas, llegan con costales de cacahuates, garbanzos y almendras, mientras que otros venden flores y hojas de tamal o hasta utensilios  difíciles de conseguir y de transportar en la capital poblana.

La vendimia es un ambiente de fiesta, las familias salen a comer tacos al pastor al estilo jalisco, esquites y hasta una cerveza bien fría para aguantar el calor y las bolsas de compras.
La plaza pareciera un pequeño hormiguero entre el ir y venir de las familias. Estacionan sus camionetas en las calles aledañas o usan las combis que los llevan de comunidad en comunidad, entre la subida y la bajada de las calles empedradas.

Hay un policía en cada esquina, cuidando a la población, dirigiendo el tránsito y convirtiéndose en un semáforo humano que indica con los brazos y el silbato el andar de los autos y hasta de los caballos. Se le nota abrumado, pero no desiste, el orden depende de él y asume el compromiso.

El tianguis dominical reúne un abanico de colores y sabores, por lo que se ha convertido en un atractivo turístico para poblanos y extranjeros. Hasta personas de Eslovenia se adentran en el pueblo para conocer las costumbres y tradiciones. Se aventuran a comer tamales de hollejo, elaborados con la cáscara de los granos de elote o tamales de pascal, hechos de frijol y salsa de cacahuate.

Mientras que los turistas locales se deleitan con la cecina ahumada y los incitan a tomar aguardiente de sabores, que según su experiencia, tiene un sabor delicado que no raspa la garganta.

Y así de repente las historias de los abuelos cobran vida, en cada rincón hay una imagen que se queda guardada en la memoria, desde la venta de pan en las canastas, los niños jugando canicas, los puestos de collares y pulseras elaborados de chaquira, hasta los vestidos bordados a mano por las muejres que entrelazan cada hebra de cabello en una trenza.

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